Thursday, January 16, 2014

Algunas odas de Horacio


Horacio lee ante Mecenas. Fiodor Andreievich Bronnikov, 1863

          A  Pirra


          Wordsworth dejó dicho que la poesía tiene su origen en una emoción evocada en la serenidad ("an emotion recollected in tranquility"). Pero no dijo qué  emoción. Bastantes siglos antes Quinto Horacio Flaco había escrito gran parte de sus poesías en la casa de campo que le ofrecía el escenario ideal para evocar sus emociones y deleitarse en sus ensueños con tranquilidad, como dice en una oda, "bebiendo vino bajo la parra". La vida activa la vivía en Roma, o si acaso también en Tívoli donde tenía otra casa; y esta vida activa le deparaba las emociones que después se plasmarían en sus versos. Pero estas emociones no eran, como seguramente pensaba Wordsworth cuando formuló su célebre definición, de orden místico o espiritual o ni siquiera excesivamente sentimental: las experiencias que en Roma dejaron el poso que más tarde inspiraría sus poemas en la calma del paisaje sabino fueron, sí, amorosas, pero de amores frustrados, de pasiones sin futuro con mujeres ya entonces liberadas. Son los celos los que mueven la pluma de Horacio en muchos de sus poemas, el ardor del deseo insatisfecho, la envidia de rivales más afortunados. También lo que mucho más tarde se llamaría misoginia, porque los hombres romanos admiraban y temían a las mujeres, pero no las respetaban. Pirra  fue una de esas mujeres que, gracias al estro del poeta, ha llegado hasta nosotros viva y sensual, más quizás que los hombres que cruzaban por su vida como sombras, prescindibles, fáciles de sustituir. Uno de ellos fue Horacio, y la historia que narra su oda es la de un naufragio, como expresan los últimos versos: el naufragio de sus sentimientos.


Oda I, 5

A  Pirra


¿Qué joven, Pirra, te estrecha en sus brazos
Grácil, perfumado, en lecho de rosas,
Bajo la fresca bóveda yacentes?
¿Por quién te anudas la dorada trenza
Con simple elegancia? !Ay! cuantas lágrimas
Le harán verter los dioses veleidosos
Y su fe escarnecida, con qué asombro
Verá el oscuro viento que estremece
 El mar tempestuoso, cuando ahora
Crédulo goza de su áureo tesoro
Y confiado espera poseerte
A sus deseos siempre complaciente,
Sin recelar de la traidora brisa.
Pobres de aquellos que sin conocerte
Se dejen deslumbrar por tus encantos;
En cuanto a mí, ya en el sagrado muro
Un exvoto proclama que hice ofrenda
Al dios del mar de mis mojadas prendas.

          Ad Pyrrham - Quis multa gracilis te puer in rosa - Perfusus liquidis urget odoribus, - Grato, Pyrrha sub antro? - Cui flavam religas comam - Simplex munditiis? Heu! quoties fidem - Mutatosque deos flebit, et aspera - Nigris aequora ventis, - Emiratibur insolens, - Qui nunc te fruitur credulus aurea, - Qui semper vacuam, semper amabilem - Sperat, nescius aurae - Fallacis! Miseri, quibus - Intemptata nites! Me tabula sacer - Votiva partes indicat uvida - Suspendisse potenti - Vestimenta maris deo.


          A mis camaradas

          En las salas de estatuaria grecorromana del Louvre, en París,  hay una escultura de cuerpo entero de una dama, vestida y peinada discretamente a la moda de la Roma republicana; sus facciones no son irregulares, pero tampoco destacan por una belleza especial. Su nariz es proporcionada: no debió de ser esta la semblanza que inspiró a Pascal cuando escribió que la historia de la humanidad habría cambiado si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta. Porque en viejas guías del museo podemos leer que el modelo de esta escultura fue Cleopatra, la reina de Egipto. En efecto, no es ilógico pensar que, en su tiempo, no solamente la reina sino todas las damas de alcurnia del arco mediterráneo vistieran a la manera romana; olvidémonos de Elisabeth Taylor y Claudette Colbert, disfrazadas de pecaminosas hetairas orientales por la fantasía de los estudios de Hollywood. Cleopatra, la modosa señora romana del Louvre, es la protagonista de esta oda, que debería estar dedicada a ella y no a los compañeros de juergas del poeta.

          La batalla naval de Accio, en la costa occidental de Grecia,  marca el final de las guerras civiles romanas y también el fracaso de Cleopatra en su intento de hacerse con el poder en Roma. La reina egipcia había aceptado primero la intervención romana de Julio César para afirmarse en su inseguro trono - el sistema de sucesión de la dinastía ptolemaica se fundaba en el incesto y el parricidio - pero después, ya instalada en la metrópoli con el conquistador conquistado, sus planes cobraron una dimensión mucho más amplia. Cleopatra se veía reina de Roma, desposada a Julio César; el asesinato de éste dio al traste con el proyecto, pero no con los manejos de la reina, que de regreso a Egipto probó de nuevo con Marco Antonio. La derrota de la flota antoniana frente a la de Octavio puso fin a las aspiraciones de Cleopatra y dio inicio al reinado de Augusto, del que Horacio fue un intelectual orgánico. De ahí la oda conmemorativa, que parece un poco un poema de encargo. Horacio calumnia sin dar nombres a Marco Antonio y sus seguidores (entre los que se contaban algunos de los generales más distinguidos de Roma) y a la propia reina, pero no puede disimular su admiración por ésta, que, "aunque mujer" ("muliebriter"), fue capaz de suicidarse por no caer en manos de los romanos.  Cleopatra debió de ser una mujer  inteligente, valerosa y hábil.


Oda I, 37
A mis camaradas


Es hora de beber, amigos míos,
De batir con pie suelto las baldosas
Y aprestar la almohada de los dioses
Para un banquete digno de los salios.
Antes habría sido sacrilegio
Sacar de la cava el vino cécubo
De los ancestros, mientras una reina
Tramaba enloquecida la ruína
Del Capitolio y los funerales
Del imperio, con su torpe caterva
De hombres depravados por el vicio,
Poseída de una ciega esperanza
Y embriagada por la dulce fortuna.
Mas cuando apenas si una nave sola
Sobrevivió a las llamas, su delirio
Se apaciguó, y su mente perturbada
Por los vahos del vino mareótico
Vio que se hacían ciertos sus temores
En su huída de Italia, cuando César
La persiguió con sus raudos trirremes
Como el halcón persigue a la paloma
Desvalida, o el cazador ligero
A la liebre en las nevadas praderas
de Hemonia, para atar con cadenas
Al fatídico monstruo; pero ella
Deseosa de una muerte más noble,
Aunque mujer no se mostró cobarde
Ante el puñal, ni en sus veloces naves
Buscó refugio en remotos parajes.
Valerosa, el semblante impasible,
Contempló las ruinas de su reino
A las fieras serpientes entregándose
Sin pavor, y dejando que el veneno
Invadiera cruel todo su cuerpo.
Orgullosa de la muerte elegida,
Con ella despojó a las feroces
Naves liburnas del excelso triunfo
De llevar a una mujer que fue reina
Prisionera, pero nunca humillada.

          Ad sodales - Nunc est bibendum, nunc pede libero - Pulsanda tellus; nunc Saliaribus - Ornare pulvinar deorum - Tempus erat dapibus, sodales, - Ante hac nefas depromere Caecubum - Cellis avitis dum Capitolio - Regina dementes ruinas, - Funus et imperio parabat, - Contaminato cum grege turpium - Morbo virorum, quidlibet impotens - Sperare, fortunaque dulci - Ebria. Sed minuit furorem - Vix una sospes navis ab ignibus: - Mentemque lymphatam Mareotico - Redegit in veros timores - Caesar, ab Italia volantem - Remis adurgens, accipiter velut - Molles columbas, aut leporem citus - Venator in campis nivalis - Haemoniae, daret ut catenis - Fatale monstrum: quae generosius - Perire quaerens, nec muliebriter - Expavit ensem, nec latentes - Classe cita reparavit oras: - Ausa et jacentem visere regiam - Vultu sereno, fortis et asperas - Tractare serpentes, ut atrum - Corpore combiberet venenum. - Deliberata morte ferocior: - Saevis Liburnis scilicet invidens - Privata deduci superbo - non  humilis mulier triumpho.


          A Licinio
   
          Esta oda contiene la expresión "aurea mediocritas" que resume la filosofía de la vida de Horacio,   una suerte de hedonismo (o epicureísmo) matizado de amargura y escepticismo. En modo alguno Horacio entendía este concepto peyorativamente, y tampoco nosotros hemos de entenderlo así. En un mundo posterior condicionado por los sublimes y poco asequibles valores del cristianismo, o más tarde por la exaltación romántica que aún se deja sentir en nuestros días, la áurea medianía puede parecer la preferencia por un pasar mediocre,  una renuncia a toda aspiración noble frente al afán de seguridad. Pero en realidad es un ideal difícil de alcanzar: el del equilibrio de nuestros deseos y pasiones, lo que alguien definió mejor cuando dijo que la moderación es la expresión más alta de la inteligencia. Horacio era de origen modesto, hijo de un esclavo liberto y había conocido la guerra civil, en la que además militó en las filas perdedoras, con Bruto y Casio contra Octavio y Marco Antonio. El haber sobrevivido a esta experiencia, su condición de  poeta digamos "oficial" del imperio - aunque probablemente siguiera estando presente en las listas de la policía de Augusto como antiguo desafecto al régimen - y su dependencia en lo económico y lo social de su amigo íntimo Mecenas, el hombre más importante de Roma que le regaló una pequeña finca, eran razones sobradas para extremar la discreción y la prudencia. Licinio Varrón Murena, el destinatario de esta oda, era un poderoso personaje romano, cuñado de Mecenas, que fue ejecutado por haber conspirado contra Augusto. Más le hubiera valido hacer caso de las admoniciones de Horacio, porque la ambición es una de las pasiones que ha de evitar quien quiera conformarse a la "aurea mediocritas". Acaso el poeta barruntaba algo de los proyectos de Licinio, y quiso así ponerlo sobre aviso de modo indirecto.


Oda II, 10
A Licinio


Has de vivir, Licinio, con mesura;
La vida no es surcar constantemente
El alta mar, ni a la insegura costa
Arrimarse por miedo a las tormentas.
El que prefiere la áurea medianía
Rehuye los decrépitos tugurios
Al igual que, discreto, menosprecia
Los palacios donde mora la envidia.
Con mayor fuerza sacuden los vientos
Los pinos más grandes, las torres altas
Caen con más estruendo y es en la cumbre
Donde el rayo fulmina a la montaña.
Has de templar el pecho a los vaivenes
Del destino, mantener la esperanza
En tiempos de infortunio, y de la suerte
Recelar aunque te sea propicia.
Júpiter trae los inviernos atroces
Y también se los lleva. Si el presente
Es difícil, no siempre habrá de serlo;
A veces Apolo no tiende su arco
Mas despierta a la Musa con su cítara.
Ante la adversidad muéstrate fuerte
Y valiente, pero amaina tus velas
Cuando el viento las hinche demasiado.

          Ad Licinium - Rectius vives, Licini, necque altum - Semper urgendo, necque, dum procellas - Cautus horrescis, nimium premendo - Litus iniquum. - Auream quisquis mediocritatem - Diligit, tutus caret obsoleti - Sordibus tecti, caret invidenda - Sobrius aula. - Saepius ventis agitatur ingens - Pinus: et celsae graviore casu - Decidunt turres: feriuntque summos - Fulgura montes. - Sperat infestis, metuit secundis, - Alteram sortem bene praeparatum - Pectus. Informes hiemes reducit - Juppiter, idem - Summovet. Non, si male nunc, et olim - Sic erit; quondam cithara tacentem - Suscitat Musam, neque semper arcum - Tendit Apollo. - Rebus angustis animosus atque - Fortis appare: sapienter idem - Contrahes vento nimium secundo - Turgida vela.


          A Taliarco

          En esta oda aparecen prácticamente todos los temas de la poética horaciana: la evocación de la naturaleza, que como nuestras vidas está sujeta a los designios de los dioses, la imposibilidad de conocer el futuro, el calor del hogar - y sabemos cuánto amaba el poeta la casa de campo que le regaló Mecenas - la exaltación del vino, que en algunos intelectuales, en particular anglosajones, parece inspirar una especial simpatía por Horacio y, naturalmente, la relación hedonística con la mujer. Los eruditos dicen que Taliarco es un personaje inventado (aunque esto lo dicen de casi todos los interlocutores de Horacio) porque el nombre significa en griego "el rey del festín"; pero  para nosotros es muy real la imagen de un joven, quizás llamado de otro modo, que en una noche de invierno escucha junto al fuego, un poco distraídamente tal vez, los consejos de su hermano mayor.


Oda I, 9
A Taliarco


¿No ves la alta nieve que blanquea
La cumbre del Soracte, los ramajes
Que abrumados se encorvan, la corriente
Truncada por el hielo que la apresa?
Pon más leña en el fuego !oh Taliarco!
Guarécete del frío, y con largueza
Escancia el vino añejo que conservas
En la sabina jarra de dos asas.
Deja el resto a los dioses, que domeñan
Los vientos sobre el mar embravecido
Y aquietan el ciprés y el viejo olmo.
No intentes conocer lo que te espera;
Acepta como un don el día cierto
Que la fortuna quiera depararte.
No desdeñes las danzas en los corros
Ni los dulces amores, hijo mío,
Mientras tus verdes años no ensombrezcan
Las tristes canas de la edad tardía.
Te aguardan en la plaza, en el paseo
A la nocturna hora los murmullos
Suaves del amor, la risa alegre
De la muchacha en su rincón oculta
Que ofrece y niega a un tiempo como prenda
La alhaja de su brazo, de su dedo.

          Ad Thaliarcum -  Vides ut alta stet nive candidum - Soracte, nec jam sustineant onus - Silvae laborantes, geluque - Flumina constiterint acuto, - Dissolve frigus, ligna super foco - Large reponens; atque benignus - Deprome quadrimum Sabina, - O Thaliarche, merum diota. - Permitte Divis cetera: qui simul - Stravere ventos aequore fervido - Depraeliantes, nec cupressi, - Nec veteres agitantur orni. - Quid sit futurum cras, fugue quarere; et - Quem fors dierum cumque dabit, lucro - Appone: nec dulces amores - Sperne puer, neque tu choreas; - Donec virenti canities abest - Morosa. Nunc est campus, et areae, - Lenesque sub noctem susurri, - Composita repentantur hora. - Nunc et latenti proditor intimo - Gratus puellas risus ab angulo - Pignusque dereptum lacertis - Aut digito male pertinaci.


Horacio en su estudio. Grabado sobre madera. Johann Grüninger, 1498

          Notas de un traductor arrepentido

          Hay que ser un poco inconsciente para ponerse a traducir a Horacio. No ya por la riquísima tradición horaciana de la poesía española, con nombres como Herrera, Garcilaso o Javier de Burgos, con la cumbre inaccesible de Fray Luis de León, sino también por los hermetismos del poeta, sus aliteraciones, metáforas y alusiones mitológicas y sobre todo su variadísima métrica, que hicieron sin duda las delicias de sus lectores romanos, o de quienes escuchaban lecturas de sus versos, y fueron mucho más tarde la desesperación de alumnos y profesores de latín. Byron dejó constancia escrita de su odio por Horacio, cuyos versos  se vio obligado a aprender de memoria y a traducir en las selectas aulas que frecuentó. No parece útil tratar de reproducir esas formas de expresión al español de hoy en día. Como sostenía Nabokov, lo mejor es, probablemente, hacer una traducción sin ritmo ni rima y lo más literal posible; pero en tal caso el traductor se aburre. Una solución intermedia la ofrece el  endecasílabo, que impone una fructífera disciplina, mantiene un tono vagamente clásico y deja  la sensación de estar resolviendo un rompecabezas o completando un crucigrama.

          Oda I, 5.  "Grato, Pyrrha, sub antro". Horacio se refiere a una gruta como la que se puede visitar en los jardines de la Villa Giulia de Roma, que es una reproducción renacentista de una villa romana. Estas grutas se construían debajo de las fuentes y se hacían servir en verano por su frescura. En una vieja versión francesa de F. Cass-Robine he visto traducido "grato" por "fresco". En su traducción de esta misma oda, Don Marcelino Menéndez y Pelayo escribió "en regalada gruta".

          Los eruditos dicen que Pyrrha era un apodo que significaba "pelirroja". Sin embargo, Horacio habla de "flavam...comam", los rubios cabellos.

          "Uvida...vestimenta". En español diríamos "yo ya me he mojado", aunque con un sentido ligeramente distinto.

          Oda I, 37.  "Ornare pulvinar deorum". En algunos banquetes solían colocarse estatuas de los dioses encima de almohadones. Los salios eran sacerdotes del dios Marte, célebres por las comilonas que organizaban.

          El "vino mareótico" se cultivaba en Egipto. Es notable la desverguenza de Horacio, que acusa a Cleopatra de una afición desmedida al vino.

          "Ab Italia volantem remis adurgens". Este verso es un poco extraño; da a entender que Cleopatra huyó de Italia (quizás vista aquí como el ámbito territorial del imperio), siendo perseguida por César (Octaviano). Pero no fue así: la flota egipcia se retiró, efectivamente, de la batalla de Accio, regresando a sus puertos sin que nadie la persiguiera. Fue la flota de Antonio la incendiada. Cabe preguntarse si Horacio conocía otra versión de la batalla. La oda dice simplemente "remis", las barcas de remos, pero los trirremes son las embarcaciones más conocidas y citadas de la antiguedad.

          Las naves liburnas eran unas embarcaciones ligeras que contribuyeron decisivamente a la victoria de Accio.

          Oda II, 10.  "Sordibus tecti". Significa "las sórdidas chabolas". El gran latinista del Renacimiento Francisco Sánchez de las Brozas, "el Brocense", lo tradujo como "viles mendigueces".

          Oda I, 9.  "Soracte".  En italiano "Monte Soratte"; no es muy alto (770 m.), pero se destaca solitario en la llanura al norte de Roma.

          "Nunc est campus, et aerae". La plaza es el Campo de Marte, hoy en el centro mismo de Roma pero entonces en las afueras.


Primera imagen del muñeco de Michelin. 1898


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